16 de abril de 2022

Hambre



Basado en un personaje de un juego de cartas.
No fue mi primer juego de cartas.
Pero si el primero en el que competí profesionalmente.
Un lugar en el que aprendí de superación, honor y el valor de la amistad.
Esta se la dedico a Chiko_aggresor, Draugdur, Fofoneitor, Goku, Inkisidor, Omega, Sayanpau, Sexy, Vegeta y muchos otros cuyos nicks no recuerdo, nombres nunca conocí y rostros que estaría feliz de ver otra vez.
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—Son las primeras lluvias del año.
—¿Qué?— respondo sorprendido.
—...

Ella sonríe burlona y deja que el silencio evidencie que no estaba presente.

Mentalmente.

—da igual. ¿Te rapaste hace poco o ya usas ese look pelado hace rato?— ríe por algo que se le ocurre.
— ¿Ya eres monje?.
Tomo mi cabeza con una mano y río como sé que le gusta. Y no es que sea intencional, me nace de nervioso y lo disfruto.

Físicamente.

—Mi fe es la misma. Me gusta responder que es porque estamos en tiempos de guerra... pero en lo real así, es para ganarle a la caspa.
—Vas ganando, se nota.
Dos horas conversando una banca. Autos, posas y rayos de sol que se cuelan en el horizonte. Risas, insultos y silencios. El tiempo repta cuesta abajo.

Inexorablemente.

—¿Puedo verlo?
—No eres su padre.
El viento sopla fuerte y helado unos segundos y aprovecha de callar. Sé que le duele negarmelo. No insisto pero vigilo silente sus labios y espero.

Tranquilamente.

—Te queda bien el rapado. Te ves rudo, pero come algo que estás muy flaco. tengo que irme.— dudo un momento. No sé si lo dice porque nota que no he desayunado.
Se para con calma y yo hago lo mismo.

Lamentablemente.

—Fue bueno verte. Veré si el niño quiere verte. Pensaré en lo mejor para él y en lo mejor para mí. Entendí por qué me lo dijiste.
—Cuídate.
Nos damos un abrazo cordial y sereno. Me sonríe al tiempo que nos alejamos tornando nuestros troncos.

Y camino.

El sendero es tranquilo.

Casi no hay gente en las calles.

El olor a tierra mojada refresca recuerdos de otras tardes.

Echo una última mirada al cielo atardecido antes de entrar al edificio.

Once pisos por la escalera y agitado río cuando el vecino pregunta por ascensores para claustrofóbicos.

Se aleja llevando un dálmata de la correa.

Tengo hambre.

Apresuro el paso al pensar en el arroz de anoche. La puerta no me reconoce y la llave no termina de cuadrar la cerradura cuando empujo con el hombro para irrumpir en mi propio espacio.

Bruscamente.

El refri no tiene nada. En la despensa el último paquete de arroz. Me concentro y atravieso la cocina abriendo muebles y cajones mientras ocupo mis dos manos en tareas distintas.

Ágilmente.

Por fin tapo una olla burbujeante y me siento a mirarla. Cuando me parece que he esperado demasiado saco una cucharada y quemo mis labios. El arroz duro truena y no distingo sabores.
Deben faltarle como 10 minutos, pero supongo que mal no me va a hacer, me inclino sobre la cocina para seguir comiendo de la olla.
Se acabó la olla y vuelvo a la despensa, solo me quedan condimentos. Toso y me lloran los ojos mientras sigo tragando todo lo que encuentro y tengo hambre.
Me termino la última barra de mantequilla y me siento con una sensación de ayuno que me enfurece al punto de patear el mueble.
La losa cae y se quiebra en mil pedazos que tintinean a coro. Como un montón de dulces de piñata quebrándose contra el suelo y me da hambre.
Se acabaron los platos y los vasos y sigo con hambre.
Quizás la vecina tenga algo que me quiera convidar.

Tengo hambre.

Cuando abrió la puerta fue como si el plato de comida más irresistible se me hubiese presentado servido y listo para mi.
Cada manotazo que lanza es otro par de dedos para masticar. Llora y grita desesperada pero no entiendo lo que dice.

Tengo mucha hambre.

Termino y recorro el piso completo. No dejo pestillo sin reventar.
La noche avanza y el hambre no retrocede. Cada piso es más tarde que el anterior y pronto me veo entrando de una patada en el próximo departamento para atacar otro tipo somnoliento y confundido. Primero alterado y preocupado al ver la sangre sobre mi pecho por pensar que estoy herido. Luego los pataleos que cesan al tiempo que mis dientes atraviesan su cráneo.
Después arrasar el refrigerador y llevar mis manos llenas de frutas que me duran hasta que llego a la puerta del próximo infeliz.
Me limpio la baba de la boca con el antebrazo al tiempo que empujo la gran puerta de vidrio y llego a la calle. Trastabillando pesadamente bajo el yugo del hambre.
Sigo caminando y me pierdo en la oscuridad.

Eternamente.
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Por SlapFunk